Tenía un trabajo que iba muy bien.
Una casa donde me gustaba vivir.
Tenía las comodidades que me permitía tener.
Tenía a mi hija en cursos que ella disfrutaba.
No tenía muchas deudas.
Me podía preocupar por cosas banales y sufría muy poco.
Me levantaba en las mañanas feliz y agradecida y seguía a otro día, feliz y agradecida.
…De repente mi hija se sostuvo la cabeza, me dijo “me duele” y perdimos todo nuestro universo conocido.
A sus 9 años sufrió un infarto cerebral severo.
Dormí meses en el piso de un hospital.
Salimos del país con una maleta con cepillo de dientes y papeles, sin siquiera ropa para cambiarnos.
No volví a ver mi casa meses.
No volví a ver a mi familia meses.
El trabajo se hizo borroso, no lo pude sostener y hasta ahora estoy remando para avanzar.
Cualquier comodidad que alguna vez conocí no la volví a ver.
Me llené de deudas que no sé cuando terminaremos de cubrir, porque cada día crecen.
Pero el día que perdí todo me di cuenta que no perdí, gané!
Gané porque mi hija sobrevivió y está conmigo, y todo lo que pensé que era valioso se esfumó y quedó lo único que realmente importa: la vida.
Ya son 5 meses desde su infarto, y sólo puedo pensar en la suerte que tengo y lo agradecida que estoy.
Amen, abracen, quieran, a veces 15 segundos bastan para cambiar todo.